Oh, O.Henry

Eugenio Fouz
Oh, O. Henry / amor por la literatura
Área de conocimiento
Contexto educativo
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Oh, O. Henry!

EUGENIO FOUZ

 

Over and over again Heathcliff wanders the moor searching for his Cathy’ (ANNA QUINDLEN)

 

Dicen quienes entienden de este tema, es decir, los profesores de lenguas extranjeras, que una lengua no se fundamenta de manera exclusiva en la gramática, en aprender reglas y saber utilizarlas adecuadamente. Por supuesto, hay que contar también con el vocabulario (cuanto más amplio sea, más rico y variado será el mensaje) y la clara pronunciación en el lenguaje hablado. Permítame matizar un par de cosas. En lo que se refiere al vocabulario, uno ha de acostumbrarse al manejo de diccionarios -no solo uno, sino más de uno. Si uno no consulta el diccionario (esta Biblia de los hombres de letras) no se adquieren nuevos conceptos, nuevas palabras, diferentes significados, y lo que es peor, no se pueden comprobar o verificar significados mal entendidos. Y dejo aquí un hueco para volver a este punto más adelante.

 

En cuanto a la gramática, el conocimiento de las reglas ayuda a hablar y a escribir bien.  No obstante, debemos aceptar la existencia de excepciones. En el caso de la lengua de Swift, las excepciones pesan, y créame, pesan mucho. Con el paso del tiempo, uno aprende lo fácil que resulta controlar las cuatro reglas de la lengua de Shakespeare, la comodidad- según se mire- de no contar con tildes visibles en la lengua escrita y la radical importancia de conocer las excepciones. Yo digo a los alumnos que la gramática inglesa consiste básicamente en 4 reglas y 40 excepciones. Al hablar esta lengua extranjera será siempre más hábil quien conozca esas 40 excepciones. Con todo, uno tiene que admitir que las 40 excepciones a las que me refiero, probablemente sean más de diez veces cuatro.

 

Aprender una lengua como la que hablaban Emily Brontë y Lord Byron implica horas de estudio y aprendizaje para quienes, no siendo nativos, queremos hablarla y escribirla. La asignatura de inglés requiere esfuerzo sobre todo para los españoles, franceses, portugueses, rumanos, gallegos y catalanes que pensamos en una lengua romance. Las lenguas romances proceden del latín.

 

Nos cuesta trabajo asimilar una lengua de origen germánico que presenta por un lado, un significante, un significado (para los no nativos, un significado nuevo o distinto al propio) y una pronunciación singular que le consiente finalizar una palabra en 4 consonantes (twelfth), contar con verbos que acaban en consonantes mudas (climb), distinguir entre hache muda (hour) y hache aspirada (hotel), y cientos de cosas más. Es preciso hablar claro, despacio y cuidando la entonación cuando hablamos. Cada palabra debe ser expresada de forma adecuada. Quien nos escucha, quien nos lee debe entendernos; del mismo modo que nosotros queremos entender lo que leemos y lo que escuchamos. Conviene recordar la coexistencia de diferentes acentos en las Islas Británicas (también en Estados Unidos, Sudáfrica, Canadá y Australia). El acento escocés no es igual al acento australiano ni al acento inglés del sur de Inglaterra, por ejemplo, el acento inglés estándar (Received Pronunciation conocido como The Queen´s English,que es el inglés académico que se enseña en las escuelas).

 

En fin, digamos a modo de resumen que una lengua extranjera como la lengua en la que escribió Thomas Hardy debe aprenderse atendiendo a su gramática, vocabulario y pronunciación.

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Volviendo la vista atrás, de regreso a esa línea en la que señalaba el valor de los diccionarios, dejaba yo un hueco para añadir que es imprescindible atender a la literatura de ese idioma extraño que queremos conocer y asimilar. Para ser bueno en inglés hay que leer a Dickens y a Orwell. Hay que leer poesía. Hay que leer ensayo. Hay que leer novela. Hay que leer biografías y diarios. Y tenemos que leer mucho. A diario. Qué hermosa conclusión: un idioma no es solo teoría y reglas gramaticales, sintaxis y pronunciación, un idioma no son solo ejercicios, sino que un idioma es también literatura.

 

Rose Horowitch cuenta en la revista “The Atlantic”* (THE ATLANTIC November 2024 Issue,’ To read a book in college, it helps to have read a book in high school’.) que los estudiantes universitarios de hoy no parecen preparados para leer literatura de manera autónoma. Quiere decir, que actualmente los jóvenes ven un muro cuando se les proponen obras literarias como tarea, incluso en el ámbito de la universidad. Horowitch cita al profesor de Literatura Nicholas Dames de la Universidad de Columbia (EE UU). Asimismo, añade el relato del profesor Andrew Dellbanco, que dirige un seminario  acerca de la literatura de Herman Melville y que dice haber renunciado a exigir la lectura de textos largos como Moby Dick y que se ha rendido finalmente para que los estudiantes al menos lean Benito Cereno y Billy Bud.

 

¿Qué está pasando? ¿Es que no se pierde nada quien carece de la disciplina necesaria para afrontar una lectura de más de 5oo páginas? ¿Acaso las nuevas generaciones son incapaces de tener paciencia? ¿Conocerán algún día la calma? ¿Olvidarán la lentitud? Piense en esto, amable lector. Esto significa algo. Yo creo que los individuos deben conocer la calma, la paciencia y la disciplina. Quiero a alumnos y personas capaces de escuchar a un profesor sin distraerse durante una clase.

 

Emprender la lectura de  El conde de Montecristo, Moby Dick o La montaña mágica supone como mínimo determinación y carácter, alimento para el espíritu, riqueza de vocabulario de la lengua materna o de la lengua extranjera que uno pretende aprender.

 

Y me viene ahora a la cabeza el recuerdo del jefe americano que tuve en mi primer trabajo en Pamplona. Un par de horas antes de comenzar las clases, el jefe reunía al equipo de profesores y nos hablaba de pedagogía, nuevas tendencias en educación, y todo lo que le pareciese oportuno. Un día nos leyó el fragmento de un relato breve de O. Henry**: Una mujer, Sarah, consigue trabajo escribiendo a máquina los platos de menú de restaurantes en Nueva York. El verano anterior había conocido a un granjero de quien se enamoró. Los dos estaban enamorados y prometieron volverse a encontrar la próxima primavera para seguir juntos. No sucedió así a pesar de que Sarah envió una misiva a su prometido sin obtener una respuesta. No insistió. Un día de primavera un cliente se sienta a una mesa y pide el menú del restaurante para comer algo. Al hojear la carta descubre un extraño plato. Justo debajo de las coles lee esto: ‘Dearest Walter with hard-boiled egg’ (Querido Walter con huevo duro) y no pide ese plato que no existe. Pide la dirección de la redactora del menú. La historia termina bien. No la olvidé nunca. Por cierto, mi primer jefe se llamaba Walter

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The Atlantic. Rose Horowitch

https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2024/11/the-elite-college-students-who-cant-read-books/679945/

 

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Springtime à la carte. O.Henry

https://ciudadseva.com/texto/primavera-a-la-carta/

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El Nacional (Caracas, VENEZUELA)

lunes, 19 de mayo de 2025

2 páginas

1110  palabras incluido título y autor.

Empieza con : “  …  ... …”...

Termina en : …“mi primer jefe se llamaba  Walter ”