La otra tarde, en una tertulia con algunos compañeros de trabajo, de forma distendida, precisamente hablábamos de la prohibición de llevar los móviles al centro educativo. Incluso cuando un alumno- a es sorprendido usándolo se le recrimina, se le amonesta por escrito y se le requisa el móvil (sin tarjeta y apagado) hasta que vengan sus tutores legales a por él dispositivo al centro. Y dirán algunos que esto es una barbaridad, pero es una práctica habitual en los centros educativos.

En la tertulia yo les comentaba a mis colegas que cuán contradictorio y paradógico es el asunto. La escuela, como siempre, desligada de la realidad. Los gurus de la educación hablando del Mobile learning y nosotros prohibiéndolos.

Sin duda, como yo les afirmaba, no se trataba de, una vez más, prohibir, sino de educar y enseñar a utilizar el dispositivo correctamente, para un uso formativo y no de ocio... Que precisamente había que aliarse con el enemigo, si había que considerarlo un enemigo, y que había que adaptarse a los nuevos tiempos.

Las alegaciones no se dejaron esperar. Algunas muy certeras e imposibles de contraargumentar y otras sumergidas en la inamovilidad de la docta tradición. Expongo aquí algunos argumentos:

1.-Las pantallas son excesivamente pequeñas para trabajar con ellas. Ok, pero en la actualidad los chavales y chavalas te ven un vídeo hasta en 2 pulgadas, si es necesario.

2.-El alumnado copia con los móviles en los exámenes. Ok. Bastaría con cambiar la idea de examen y de evaluación tradicional por otras más innovadoras y ccoperativas.

3.-El alumnado jugaría y whatsapearía, en vez de trabajar con el dispositivo. OK, pero es una cuestión de costumbre y educación acerca de sus posibilidades de uso adaptadas a cada situación.

4.-Se usaría no para el aula, sino para su uso educativo fuera del centro educativo. Ok. sin objeciones. Además, considero que esta es la mejor manera de comenzar a cambiar la situación actual.

Y otras muchos argumentos que pudiéramos añadir a la lista...