Hemos vivido volcados en el adentro. La educación se ha preocupado más por llenar cajas vacías que por abrir ventanas, airear estancias, despertar la curiosidad, alimentarla y dejarla volar.

Hemos limitado la educación al saber transmitido por medios hortodoxamente testados. La CIENCIA, la CULTURA, el SABER. Un Olimpo del saber.
Nada más alejado de la realidad. Las personas aprenden con o sin ayuda, con o sin apoyo, con o sin adulto, con o sin escuela. Sin embargo, un consenso global avala la tesis de que la educación formal, reglada, curricular, es la manera correcta de certificar el aprendizaje. Así solo es válido aquello que el estado, el sistema, ha decidido incluir en ese corpus diplomado.
Esto ha sido válido y seguirá siendo válido siempre y cuando se cumplan algunas premisas.
La irrupción de internet, de los dispositivos electrónicos como las tablets, las cámaras digitales, los smartphone... han revolucionado la forma en que nos comunicamos, nos relacionamos, aprendemos.
La información ya no está contenida entre dos capas duras de cartón. No se extiende en líneas, apiladas en párrafos, agrupadas en capítulos, apiladas en páginas.
La información se multiplica en infinitos pliegues que encierran en cada ángulo, en cada doblez, en cada plano, información linkada, enlazada, conectada. Información que no se limita a letras, palabras, frases, párrafos, imágenes, gráficas... La información se recrea, se actualiza al instante. Se nos abre a velocidad de vértigo, se expande más allá de los límites físicos del aula.
La realidad frente a la que situamos al alumno no se limita al momento en que la observamos. Hablamos de realidad aumentada, enriquecida. Aprendizaje/enseñanza expandida.
Una lámina de agua que refleja los infinitos vínculos escondidos en cada pliegue de la misma.